lunes, marzo 19

Oh Rigobert!

Abrí la inmensa caja que duerme en el fondo del placard. Buscaba lo concreto y necesario, me encontré revisando lo inoportuno. Cual Pandora, fotografías del pasado metódicamente separadas por año o por amorío. Una nostalgia inusual me llenó los pulmones. Estaban todas ahí, mirándome a los ojos desde algún rincón del olvido. Escenas recortadas de mi vida. De esa vida de costumbres fabricadas de a dos, de silencios sin eco y cartas con destinatario, que en nada se parece a la de ahora. Amores que supieron colgarme un rato de la luna, donarme promesas, abrazarme y respirarme. Y amores que se perpetuaron en un intento, hasta desbordarse de mis manos y escurrirse en un adiós.
Entrelazadas, apretados una contra otra, formaban una secuencia azarosa de romances que invadía mi soledad con un pasaje al recuerdo. En esa caja, y en alguna solapa de mi memoria, procuraban sobrevivir al destierro del olvido absoluto, obligándome a pensarlas.
Confieso, no fue fácil recordar algunos nombres. Los amores de relleno y al paso, los idilios de verano, los que duraron menos que la lluvia, los que no resistieron la distancia. Breves, huidizos, intrépidos amoríos de noches sin días.
Y los otros.
Los amores de varios almanaques. Los que todavía duele recordar. Los que a pesar de las lágrimas no se oxidaron. Los que siguen alquilando la habitación de servicio. Estría en el alma, piedra en la garganta. Viejos y grandes, que con su adiós dejaron vegetativos despojos. Devastaron los rincones felices, atentaron contra las canciones de amor y la poesía, recortaron del mapa las calles que nos vieron andar de la mano. Amores que me arrancaron el afecto de los amigos compartidos, de los sobrinos, suegros y cuñados provisorios, multiplicando la tristeza.
Antiguos noviazgos de convivencia y mutua compañía. De corazones en el margen de las notas, baño de espuma y recetas de cocina para dos.
A la distancia, a esa distancia que no se mide en kilómetros sino en años vencidos, descubro que uno de esos amores dejo fisuras sin rellenar. Pequeños espacios vacíos, rincones abandonados que quedaron a merced de la vida, del futuro y del despues. No fue capas de morir en el punto final y agoniza desde entonces en un lugar apartado de lo cotidiano. A la que siempre me negué a dejarla ir del todo, a la que me gustaría espiar por una cerradura imaginaria para poder contarles los lunares y las penas.
Nombres que resaltan en negrita en la historia de mi vida y surcan las hojas del pasado con la misma insolencia con la que prometieron la eternidad del amor.
Viejas andanzas sofisticas que exilian una parte de lo que fuimos y nos modifican desde adentro hacia afuera. Amores que ofician de antesala de lo nuevo, de lo que siempre está por llegar.
Y que aún no llega.

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